sábado, 18 de abril de 2009

Acabemos con la lectura burocrática

Les doy la bienvenida, de nuevo al blog Aparato Crítico, nota la pie de página del arte. Este primer texto está destinado a una reflexión que ha partido de mi experiencia como periodista cultural y escritor. Se me ha pedido ser serio, pero yo no puedo ver nada más serio que la escritura; sin embargo, creo que, hoy por hoy, ninguna de las disciplinas necesita de esa falta de seriedad, como la escritura, que carece en muchos casos de esa parte lúdica que acerque a los lectores a romper con sus propios esquemas.

Apenas hace unos días, en una entrevista con el poeta Gonzalo Veléz platicábamos acerca de la necesidad de ser bondadoso con el lector. Es una verdad apremiante. La literatura necesita hoy por hoy y más que nunca dar un paso adelante: una nueva carga de significados y de imágenes. La idea del destino no deja de fluir por mis días, como una máquina del azar en pluma de Jorge Luis Borges. Sólo unas semanas antes leyendo el libro Manual para la creación literaria de Oscar de la Borbolla me encontré con una serie de consejos asociados al mismo tema. De la Borbolla nos propone, para no perder la batalla en contra de la televisión, como un aparato de ataque militar, debemos implementar una cierta velocidad y una gran cantidad de acciones e imágenes que entretengan a los nuevos lectores. Esta propuesta puede y no, tener algo de cierta.

Yo no soy un creador con experiencia. Creo tenerla más en el ámbito de la lectura que en el de la creación literaria. Leyendo ese maravilloso libro de Jorge Luis Borges Siete noches noté ciertas coincidencias. Borges, en su ensayo en torno a la Poesía, plantea la necesidad de ver a la Literatura sin el corsé de la Historia de la Literatura: “Si estos textos les agradan, bien; y si no les agradan, déjenlos, ya que la idea de la lectura obligatoria es una idea absurda: tanto valdría hablar de felicidad obligatoria. Creo que la poesía es algo que se siente, y si ustedes no sienten la poesía, si no tienen sentimiento de belleza, si un relato no los lleva al deseo de saber qué ocurrió después, el autor no ha escrito para ustedes” (Borges, Siete Noches. pág. 107). Leer en orden cronológico, con la necesidad de atender al contexto (ya que por desgracia ignoramos, seriamente la Historia de la humanidad) y de sentar numerosas citas y fuentes no hace de esto más que un trabajo burocrático, hace del goce, estético y hedónico de la lectura una: “Lectura de oficina”, y nada más patético que esto.

Paco Ignacio Taibo II afirmaba en una conferencia de prensa en torno al aniversario de los Libro-clubes en el Distrito Federal cómo había olvidado cada palabra que sus maestras de biología le habían enseñado; sin embargo podía recordar con lujo de detalle pasajes de la Historia que había leído con el placer incluido. Es la misma idea, pero redondeada de Borges: sin placer no hay ni lectura ni aprendizaje, pero es algo muy difícil de afirmar.

Pero, ¿cómo lograr que las nuevas generaciones, tengan conocimiento de este placer, de disfrute que implica tomar a la lectura como un hábito digno de sustituir a la televisión? Creo que nuestra respuesta ya la llevan muchos de los nuevos libros que podemos leer. Yo desde pequeño, tuve la fortuna de encontrarme con un libro, al que muchos juzgan poco destacado, pero que corre con la suerte de ser un fabuloso juego La muerte y otras sorpresas de Mario Benedetti fue uno de los grandes libros, que de pequeño me enamoró y me despertó el deseo de escribir. Y es que leyéndolo, lo único que uno encuentra es el ejercicio y el mecanismo de la literatura hecha como un juego, nada más: uno de los problemas más complejos que un buen escritor enfrenta hoy. Su virtud es que no deja de ser un juego. Su parte lúdica logró que sin mayor esfuerzo pudiera leerlo, aún ignorando muchas de las cosas que decía, de corrido y sin pausas en unos cuantos días.

El juego es la respuesta. Generar el amor por lo leído. La falta de seriedad. Pero no nos confundamos no se trata de meter en cada libro un Plaza Sésamo. Se trata de que la falta de seriedad ya viene implícita en el acto de la ficción, en el acto de la transgresión del lenguaje de la poesía, en decir lo que no se puede decir de otro modo: toda literatura es por naturaleza un juego en contra, pero dentro, de la realidad.

La verdadera meta es introducir a los jóvenes ilustres y no ilustres en esta dinámica, no obligándolos a memorizar datos, o que existió hace un siglo un tal Baudelaire: no tiene ningún sentido. No, si no reconocen en las Flores del mal esa rebeldía y la trascendencia de un poeta de esta talla. Qué caso tiene decirles que hubo un ciego hace muchos siglos que escribió un enorme libro llamado la Ilíada que habla de una mujer que traicionó a su marido: no, hay que hablarles de lo maravilloso de las batallas, de lo espectacular que resulta leer un libro de tal magnitud y que no es aburrido, no hay ni siquiera que decirles que fue hecho en Grecia, o que está hecho en versos, hay que enseñarles a jugar para que después jueguen solos.

Pero, muy al margen de lo que ya está hecho, lo que viene es lo primordial. Ofrecerles a los nuevos lectores algo que compita con la televisión es tal vez una idea ridícula. No se puede competir de un modo limpio con 36 imágenes en cambios de toma en un minuto.

Por tal motivo, cómo pretender hacer un texto serio. Cómo poner análisis ceñudos, cavilaciones demasiado rebuscadas, términos de algo inaprensible, en este nuevo espacio sin aspirar, estimado lector a que tome el toro por los cuernos y en vez de estar frente a una computadora leyendo blogs vaya y tomé el más clásico de sus libros y haga de él parte del juego de su vida.